viernes, 19 de octubre de 2012

LA ESTACIÓN DE LOS ESPÍRITUS

Es la estación de los espíritus, se estrenan películas sobre muertos vivientes y fantasmas que quieren ser terroríficas. Da miedo que los que han muerto puedan volver, como si al otro lado los que ya no viven se hubieran transformado en criaturas de carnes putrefactas con jirones de piel colgando, ojos sin párpados e intenciones malévolas de aterrorizar y destruir a los que aún están en el mundo de los vivos. Pero ¿por qué? ¿Por envidia? ¿O por disfrutar del placer que ya solo les queda? Puesto que cualquier otro ya no es posible con ese aspecto…
Suena todo esto tan infantil, tan ingenuo y absurdo. Temer más a los muertos que a los vivos. ¿Qué hay enterrado en nuestro subconsciente colectivo para que estos temas sigan apareciendo exitosamente en obras artísticas y de entretenimiento? Porque lo más curioso es que hay un placer oculto en el miedo que producen ¿De qué si no iban a ir tantas personas a verlas? Adrenalina por un tubo, o el contraste que hace que  ante la muerte, aun así representada, nos sintamos más vivos, como esos masones que guardan esqueletos en los armarios para ser conscientes de que la vida no durará para siempre.
Ciertamente esta presencia de la muerte nos puede hacer apreciar más cada momento de la existencia, haciendo que relativicemos los pequeños o grandes inconvenientes y pesares, y ayudarnos a dejar de ser esos niños mimados que rabian y patalean cuando no pueden obtener su capricho.
En las agendas de los grandes almacenes esta es la temporada de Halloween que casi se superpone a la siguiente que es la navideña, como si saltáramos de un polo al opuesto. De recordar a los muertos a celebrar el nacimiento de un nuevo ser, manifestación de la vida. Me gusta esta especie de locura bipolar y me gusta dejarme llevar por el estado de ánimo que suscitan en mí estos maravillosos días grises del otoño, que dan ganas de envolverse en un abrigo mullido y salir a buscar castañas en un atardecer temprano, para volver pronto a casa y encender las luces, y disfrutar de la temperatura suave, antes de que llegue el frío invernal.

martes, 16 de octubre de 2012

AUTOESTIMA

Esta temporada estoy a vueltas con el tema de la autoestima, estoy preparando unos talleres y esto me hace pensar sobre lo que puedo ofrecer a otros en este terreno. Mí  propia autoestima no es una criatura oronda e invencible, sino más bien algo enclenque y dubitativa, pero no tanto como en otros tiempos, en que de repente podía esfumarse como un espectro al amanecer. Sin embargo, aunque dista de ser el báculo firme en que poder apoyarme en tiempos difíciles, algo he andado y avanzado desde los tiempos en que podía llegar a sentirme como un gusano miserable. No es que fuera así todo el tiempo, pero la larva regresiva que me hacía des-evolucionar e irme a refugiar al capullo, estaba siempre acechante y dispuesta a atacarme cuando más desprevenida estuviera.
Ahora la cosa es algo diferente, a veces me sigo avergonzando de mí misma, la voz descalificadora que me dice que soy tonta, que me he portado mal, que nunca cambiaré, sigue apareciendo como un spot publicitario que se repite unas cuantas veces al día. La diferencia con antaño es que no me la tomo tan en serio, a veces otra voz más tranquila y permisiva responde a esa desagradable y condenadora con un “nadie es perfecto” o “bueno, por algo habrá sido” o “bueno, bueno, no es para tanto”. Y esta voz que a veces me acaricia y me da calorcillo, me hace sentir que tengo derecho a ser como soy, a cometer errores, a no ser perfecta, y además que ya he sufrido lo mío y tengo todo el derecho a un poco de consideración, afecto, amabilidad, reconocimiento…

miércoles, 22 de febrero de 2012

CARNAVAL


Hoy, miércoles de ceniza, el día en que se entierra la sardina simbólica que pone fin a las celebraciones del carnaval, hoy, a toro pasado se me ha ocurrido escribir sobre ésta fiesta. Pensando, pensando, sobre algunas cosas de mí existencia, he llegado a plantearme lo que el rito comunitario de los días de máscaras, significan en realidad. Oficialmente se admite que el hecho de colocarse un disfraz, ponerse una careta, es algo que permite a quien lo lleva hacer cosas que no haría en su vida cotidiana, al resguardo del anonimato que da el ocultar la propia faz, es más fácil dar rienda suelta a impulsos que ordinariamente reprimimos por no ser aceptados socialmente, y en estas fechas la permisividad levanta la veda de estas conductas. Hoy por hoy no se si tiene tanto sentido como antaño, ya que en todo momento del año se puede encontrar algún rincón donde imbuirse del espíritu carnavalero, ya no es imprescindible esperar a estas fechas para desmelenarse. Tampoco esto tiene mucha importancia para lo que quiero decir. Mí ´tesis es que lo que en realidad hacemos en carnaval y siempre que nos enfundamos un disfraz es quitarnos una máscara para ponernos otra.
La máscara que nos quitamos es la que llamamos persona, pues en griego persona significa máscara. Lo que nos quitamos entonces es nuestra personalidad ordinaria que no es más que un personaje que nos hemos ido creando y con el cual nos identificamos, y que estamos condenados a representar por el resto de nuestras vidas. Este personaje cotidiano no se corresponde en su totalidad (más aún, a veces lo contraviene), con el verdadero ser del individuo, pues muchos aspectos de éste ser han de ser ocultados o eliminados en beneficio de la socialización, domesticación, adaptación a las reglas sociales o simplemente al entorno.
Se me aparece muy claro que todo eso reprimido, escondido, recortado de nuestra esencia, sigue de cualquier forma vivo dentro de cada cual, que aunque sea relegado al inconsciente, subconsciente o como se le quiera llamar, sigue pugnando por manifestarse, reivindicando su derecho a existir, buscando el momento de saltarse las barreras del vigilante y escapar. Una manera de permitir una descarga parcial del yo oculto, es el disfraz. Podemos volver a ser lo que un día fuimos, pero para ello necesitamos la seguridad de que esto no tendrá las temidas consecuencias que nos amenazaron en su día y nos hicieron construir el títere adaptativo en que nos llegamos a convertir. Enmascararse es pues, desenmascararse, liberarse, ser uno mismo, hasta donde cada cual sea capaz de llegar, porque esto da, sin duda, mucho miedo, porque podemos encontrarnos con alguien que no conocemos, que no podemos controlar que se mueve por motivaciones que van más allá del pequeño margen de maniobra que solemos permitirnos. Un yo salvaje, arcaico, divino, es demasiado difícil de manejar, por eso solo se le puede sacar a pasear de vez en cuando, y con una cadena al cuello para que no se nos escape.